La confusión decimonónica

1583 Felipe II restringe los viajes de moros y judíos a la metrópoli

Tres potencias europeas estuvieron presentes en América del Norte. Las encontramos en topónimos, que aparecen en mapas del siglo XVI y XVII: Nueva Suecia, Nueva Francia y Nueva Inglaterra. Más tarde se hizo presente Dinamarca, comprando las islas de Santa Cruz, San Bartolomé, S. Nicolao y S. Cristóbal a la Orden de Malta. Independiente Holanda, colonizó en la costa de Estados Unidos, bajando hasta Brasil en el siglo XVII, a imitación de Francia e Inglaterra. Imperio el reino de Fez, en su decadencia, la América del siglo XIX registró dos imperios fugaces: el portugués de Brasil y el Méxicano, creación de Napoleón III.

Felipe II tropezó en Lisboa con moros y judíos, residentes y estantes, vasallos de la corona de Portugal de pleno derecho, procedentes de la "Berbería" portuguesa. No estando prevista la expulsión en las leyes del reino, ni la posibilidad de cerrarles la entrada, en 1583, firmemente asentado en el trono, les impuso restricciones. Los gobernadores de las plazas de la “conquista” en África, habrían de restringir las salidas, enviando informe sobre el sujeto y la razón del viaje y aguardando la repuesta, antes de extender pasaporte.

No se debió a la casualidad, que judíos, moros y moriscos, expulsados de Castilla y Aragón, por los Católicos y Felipe III, eligiesen Berbería como tierra de asilo. En el XV hicieron el viaje por Lisboa; en el XVII fletando navíos clandestinos, muy contra la voluntad de un rey, que al reunir las coronas de España y Portugal, no quería importar sospechosos de fe musulmana, a ninguna de sus conquistas. Consta que en tiempo de la caída de Granada, musulmanes pidieron a Fernando barcos y licencia, para instalarse en Berbería.

De haber sido su destino el Norte de África, se hubiesen procurado embarcaciones por su cuenta, pues para cruzar el Estrecho, basta una barca. En cuanto a la licencia, hubiese sido innecesaria por inútil, al carecer el monarca de autoridad en destino. La tenía en unas las "Islas de Canarias", la Mar Pequeña y demás "posesiones en África", sin relación con el Norte de África inmediato.

Omitir la presencia de América, en el universo del hombre precolombino, blando o amarillo, nos aboca a tropezar con contradicciones constantes. No las percibimos, porque confundidos por el paradigma, el subconsciente antepone la fe a la razón, que rechina, apenas nos detenemos a reflexionar, aplicando la lógica.

Sin calculamos la suma de navíos y tonelaje, disponible en el siglo XV y primeros años del XVI, las dificultades que entrañaba la navegación a vela, entre el África Negra y América, nos sería difícil admitir que todos los americanos, portadores de sangre de color, descienden de abuelos importados.

1637 Emperador de Marruecos

Por la misma razón, con el parámetro añadido de la magnitud real de la cabaña española, habríamos de renunciar a considerar que todas las cabezas de bovino, caballar, porcino, ovejuno y cabruno americanas, tuvieron por padres primigenios, ejemplares, introducidos por Colón y los primeros "conquistadores", tan prolijos que hicieron posibles exportaciones, masivas y tempranas de cuero, pues se registras desde 1518.

Establecida la confusión, sus connotaciones se proyectan en el tiempo, favoreciendo la tendencia a confundir realidad y ficción, que impide madurar al adulto, dando lugar, en ocasión concreta, a que el desequilibrio en lo privados, invadiese los político.

Desaparecido a finales del siglo XVIII los últimos Xarifes, que tuvieron su asiento principal en el Marruecos del Cabo de Aguer, el imperio nominal comercial y nominal que conservaron hasta principios del siglo XIX, se diluyó en el periodo de la guerra de la independencia, que privó a España y Portugal de las colonias, integradas en las "conquista" americanas.

Sucesión de alzamientos de morabitos y enfrentamientos entre príncipes y aspirantes a la corona, mermaron la autoridad de los reyes. Conjunto deslavazado el reino en el siglo XVIII, los Xarifes no podían determinar hasta donde llegaba su poder, pues ignoraban dónde y hasta qué punto serían obedecidos, situación que quedó plasmada en las relaciones de los reyes de la Casa de Borbón, con los reyes de Marruecos.

En 1764, detenida por tregua la guerra perpetua con el moro, Carlos III, perdida la memoria histórica, que identifica la Mar Pequeña con el Caribe, pidió al monarca marroquí factoría, en el término de Santa Cruz de la Mar Pequeña.

Al no recibir respuesta, insistió, enviando embajada 1767, de la que formó parte Jorge Juan. Esta vez respondió el Xarife, explicando que no podía complacer al Borbón, porque sus dominios no llegaban tan lejos. En 1798, reinando un Solimán, Carlos IV retomó la idea. Conseguida autorización para que los pescadores canarios, faenasen en aguas de Santa Cruz de Berbería, pidió solar en el que instalar factoría, alegando los derechos de su corona, a Santa Cruz de la Mar Pequeña. Negada con el mismo argumento, que a su padre en 1767.

Fernando VII, en vías de perder sus Indias, quiso arrendar puerto en Barbería. El rey de Marruecos confeso que habiendo perdido el poder sobre sus provincia, no podía disponer de puerto, ni garantizar seguridad al arrendatario. Expulsada Inglaterra de América del Norte, reducido el imperio español a las islas de Cuba y San Juan, obligado Portugal a consentir la segregación de Brasil, es natural que un Xarife, residente en Rabat, perdiese el Marruecos americano, con los reinos adjuntos, quedando reducidos los reinos de Marruecos y Fez, al Algarbe de Berbería.

Iniciada la conquista de África por los europeos, a la de Argelia por Francia, siguió guerra en Marruecos. Aliada España en la contienda, tomó Tetuán. Pidió el Xarife la paz, aceptando los términos del tratado de agosto de 1860, a cambio de recuperar la ciudad. El artículo 8º imponía cesión a España de territorio, “en las costa del Océano, en Santa Cruz de la Mar Pequeña ”, “suficiente” para rehacer la factoría, que tuvo “allí”. Ofreció Muley Abbas entregar la pesquería cercada, haciendo de Santa Cruz puerto “excelente”, a cambio de conservar la soberanía, pero el duque de Tetuán, que encabezaba la representación española, exigió entrega incondicional.

No estando las partes seguras de la ubicación de Santa Cruz de la Mar Pequeña , se acordó formar comisión mixta que la situase, delimitando el territorio, cedido a España, con derecho a construir instalaciones y fortificarlo, en los términos contemplados en el Tratado, prometiendo Muley Abbas que en tanto no se solventase la cuestión, no enejenaría puerto a potencia extranjera, sin consentimiento de la corona española.

Notó el duque de Tetuán y otros miembros de representación española, que los representantes de Marruecos escribieron “Santa Cruz de Agadir”, en lugar de “Santa Cruz de la Mar Pequeña o Menor”, absteniéndose de hacer objeciones, suponiendo que era el nombres, por se conocía el territorio, entre los marroquíes.

La presencia de embajada de la corona inglesa en Marruecos, inquietó al gobierno de Madrid. Temiendo salir chasqueados, en 1876 exigieron entrega inmediata de la pesquería de Santa Cruz de la Mar Pequeña. El rey de Marruecos, por boca de gran visir, parafraseó a su antepasado, repitiendo que aquella Santa Cruz, nunca estuvo en poder de rey de Marruecos, ni dentro de sus fronteras.

Creyéndose engañado, el estado español denunció el incumplimiento del tratado de 1860. No queriendo nuevas complicaciones, el "sultán" ofreció formar comisión de inmediato, para buscar Santa Cruz.

Españoles y marroquíes, .armados de documentos y viejas descripciones, que les permitiesen reconocer el sitió, embarcaron en diciembre de 1877, dispuestos a encontrar Santa Cruz de la Mar Pequeña. Recorrida la costa que quedaba de Marruecos, los geógrafos españoles concluyeron “no haber estado allí” Santa Cruz de la Mar Pequeña.

No habiendo más costa por registrar, propia del reino, buscaron solución, de acuerdo con sus colegas marroquíes. Habiendo consentido las tribus de Ifni ,que los españoles se instalasen en su territorio, designaron el sitio, para instalar la factoría. En las actas, firmadas a bordo del Blasco Garay, los geógrafos españoles expusieron las razones, que les “hacían presumir la coincidencia de Santa Cruz de la Mar Pequeña , con Uan –Ifni”.

Silvela, que esperaba muy diferente paisaje, rechazó el acuerdo, acusando a los marroquíes de haber engañado a los delegados. Suponiendo que a más de ocultar territorio, habían endosado a España lo peor, exigió que pesquería y factoría, comprendiesen “todo lo que en lo antiguo correspondía a España, en Santa Cruz“.

Evidente que paisaje y productos, no respondían a lo que reflejaban documentos y descripciones, referentes de la antigua Santa Cruz de la Mar Pequeña , confesado por los geógrafo el desacuerdo con su propia decisión, en 1883, se formó una segunda comisión mixta, para buscar el “verdadero emplazamiento”, de la antigua Santa Cruz. Recorridas otra vez las costas de Marruecos, repetidamente y en todas la direcciones, al no encontrar rincón que coincidiese con los textos, los geógrafos decidieron dar la razón a los anteriores.

Probando ignorancia supina de la historia, afirmaron que la fortaleza de “Diego García de Herrera, conocida por Santa Cruz la Pequeña o de Mar Pequeña”, estuvo junto al "río" de Ifni. Comunicada la decisión al rey de Marruecos, respondió que “Ifni no era Santa Cruz”, pero que a pesar de ello, se felicitaba de que España diese por cumplimentado el artículo 8º, del tratado de 1860, contentándose con entrar en posesión de Ifni y su pesquería.

Enterada del hallazgo de la vieja Santa Cruz, la “Sociedad Africanista y Colonialista” española, se apresuró a cumplir sus fines. Sabiendo que en la inmediaciones estuvo la “costa de Río de Oro", en 1884 ocupó banda de desierto, construyendo sus instalaciones sin oposición, por no haber población para oponerse. Tomada posesión por vía de hecho, la corona legalizó el acto por real decreto, en base al “derecho histórico”, dimanante de la posesión del reino de “Bu-tata”, que tomó López Sánchez de Valenzuela, gobernador de Gran Canaria, en nombre de la Católica , en el año 1499.

Sumado al problema de Santa Cruz, el que planteaba Río de Oro, el cónsul español en Tánger, volvió a la carga en 1900, por real orden, pidiendo otra vez Santa Cruz de la Mar Pequeña. Prometió Mohamed ben Sais entregarla, a condición de que los españoles ña encontrasen previamente. Reanudada la guerra con Marruecos en 1904, Francia e Inglaterra hicieron del reino protectorado. El Tratado de Algeciras, concedió su parte a España, en zona de protectorado, otorgándole plena soberanía sobre el enclave de Ifny y la banda de Río de Oro, en atención a los derechos “históricos” antedichos.

 

A título de conclusión

Calificar de "novedad" o “cambio de la historia”, investigación que barre maraña de mentiras y errores, acumulados por la política de la ambición, restableciendo los hechos poco más o menos como fueron, puede quedar en estupidez, de carácter patológico, si no es falacia propia del simplismo, que antepone la fuerza a la razón.

La utilidad de la historia, estriba en su condición de memoria colectiva; de experiencia acumulada, que nos ayuda a eludir la repetición de errores pasados, reproducir aciertos y prevenir situaciones anunciadas. De ahí que modificar los hechos, prive al hombre de un conocimiento, que permite al racional constructivo, neutralizar la acción del hombre destrucción.

Lo es inevitablemente, el que aferrado a sueños de pasados gloriosos, construido a la medida de la ambición de gloria, no consiente que se los rompan, porque en su consecución ha construido el ideal su propia grandeza, efecto de repetición irracional de los grandes absurdos.

Inerme le humanidad en manos de las encarnaciones del poder, en los periodos en que se asienta prepotencia, ambición, faltosidad e ignorancia en la cúspide, la desconexión de unos de la realidad, llevan al conjunto del horror a la catástrofe.

Erigida en historia la leyenda, creada por seres igualmente abyectos, ofrece la justificación del precedente, a la voluntad de la destrucción triunfante. Civilizaciones socialmente evolucionadas, ética e intelectualmente superiores al destructor, hacen del poseedor de la fuerza motor de regresión, cuyo primer efecto tangible, es la contradicción de una pobreza material en extensión, efecto de la miseria en entendimiento y valores, que impulsa una concentración de riqueza y poder desconsiderada.

La patraña del descubrimiento surgió de la ambición, el egoísmo y la arrogancia intransigente. Porque su satisfacción pasa por la conquista del “oro”, la corona de Castilla, el rey de Aragón y la Iglesia se unieron, encontrando la causa eficiente o mentira convincente, que justifico la destrucción de naciones y civilizaciones, superiores al conquistador en “lo racional”, pero inferiores en brutalidad irracional. El hallazgo de tierra “nueva”, que había de ser convertida, represento a su tiempo el papel, que en el nuestro han representado la “armas de destrucción masiva” y la democratización universal.

De haberlo sabido; de saber que al saqueo del continente americano, no siguió la eclosión del imperio español, si no miseria y decadencia, que hizo de un país rico en el siglo XV, pese a guerras civiles constantes, una nación empobrecida, obligada a dilapidar sus recursos en apariencias, para dar en quiebra inevitable, que se produjo en 1609, cumplidos exactamente 117 años, del primer viaje de Colón, es posible que no continuase ocurriendo “lo que está pasando”.

El restablecimiento de la realidad de las historia, habría permitido aprender, a los que no aspiramos al poder, que somos en verdad el poder, el riesgo que acompaña a consentir el ascenso de la intransigencia; a padecer el personalismo encumbrado. De ahí la importancia de asimilar la experiencia del pasado. Nos enseña a reconocerlo. Y a neutralizarlo. Creando esa. voluntad mayoritaria, expresada o latente, que se libra y nos libra, de cuantos nos quieren por pedestal, de la mayor gloria de su persona.

Aprender lo que no fue, como si fuese cierto, a más baldío, es nocivo. Incita a tomar por ventura o promesa de ventura, el éxito aparente, que ya en otro tiempo, fue primer eslabón de cadena de desastres. Porque permitimos al vanidoso inepto, ascender al nivel que le permite errar, con repercusión universal, al progreso de la ciencia, el saber y la riqueza, responde la extensión de miseria intensiva, efecto de errores, que al repetirse, se prolongan.

1492 Globo de Martín Behaim

Los conquistadores torturaban al indio, sin conciencia del mal, para arrancarle el secreto del oro o porque le tenían tanto miedo, que le atemorizan preventivamente, aplicándoles el trato, que a ellos les hubiese sometido. Estados supuestamente civilizados y demócratas de nuestros días, imitan al colonizador, por las mismas razones. Los colonizadores degradaron a la sociedad americana o la exterminaron. Seguimos su camino.

Repetida la historia, por desconocimiento de causas y efectos, las secuencias de guerra y destrucción se suceden, pasando en menos de una generación, del progreso del bienestar, la libertas y el saber, a las reagresión y el estancamiento, cuyo producto es una miseria sostenida.

Otras vez hemos visto a los pueblos, caer de la civilización que corresponde a su presente técnico y cultural, al oscurantismo miserable de una edad negra inédita. Cierto es que la creación y difusión de versiones adulteradas de la realidad, obedece a intereses político - religiosos. Pero el saldo siempre fue negativo, incluso para sus creadores, personificación de vanidad, sumada a petulancia, que encuentra su caldo de cultivo, en la ignorancia impartida.

Hemos creado las condiciones que permiten al poderoso, coronado o no, investido o no de cargo público, saciar su ambición de poder, riqueza y notoriedad, a costa del sacrificio impuesto al conjunto social. Un conjunto culpable, porque no les impedimos alejar de nosotros el saber, que permite descubrir, en el otro, limitaciones intelectuales, notorias y notables, generadoras de bajeza. Así nos hemos puesto en la incapacidad de encontrar "mecánica política", que haga posible un mundo no afectado por la parálisis de la filias, fobias, odios y rencores, mezquinos de necesidad. Un mundo que abra paso a sociedad, que obligue al explotador a rendris cuentas al explotado, el que engaña, al engañado. Maquillada la historia, nos enfangamos en el pantano, que abandona el control de la humanidad, al sector dominado esa faceta de la naturaleza humana, origen de seres sometidos a la codicia y egoísmo.

El sentido común, manifestación espontánea y primaria de la capacidad de elucubrar, que todos traemos al mundo, no puede resistir, incólume, a los absurdos que con rango de artículo de fe, nos enseñan desde la escuela. Creer con fe de carbonero en lo que no pudo ser, incapacita al niño y por extensión al adulto, para aplicar esa lógica básica, que permite distinguir, sin confusión posible, lo real de lo imaginario; la causa del efecto. El desarrollo de la historia revela, cada día, que las patrañas ubicadas en el pasado común, son base y asiento de los desatinos presentes.

De no haber creído la humanidad en la inconmensurable mentira del "descubrimiento", no hubiese prosperado la ficción, que está ensangrentando el planeta, poniendo en riesgo la civilización e incluso la vida. Porque necesitamos no ser engañados, hemos de despejar la mentira, empezando por la historia.

Cualquier americanista, que hubiese roto con la parcelación de la investigación histórica, aplicando análisis dialéctico al hecho, habría dado al traste con la superstición del "descubrimiento" colombino. Pero es vicio común en el hombre preferir la comodidad remunerada, a enfrentar un rechazo, que nada tiene de rentable. .

Plegarse a bloque de documentación reconocido, en el que no caben interrogantes, aporta beneficios. Y serios problemas enfrentar la prueba, que rebasa los márgenes de lo admitido. Forman el conjunto los texto y arreglos de Fr. Bartolomé de la Casas , en torno a Colón y sus "navegaciones”; bloque de cartas y diversos, que salió a la luz por adquisición, en el siglo XIX, crónicas y relatos, tardíos y condicionados, como la obra de Fernando Colón, o el periodo final de los Pleitos Colombinos. Es decir todos aquellos que abunda en la “verdad” oficial y esas fantasías “licitas”, que giran en torno al origen y sepultura del Descubridor.

.Cierto que muchos han negando el descubrimiento. Pero al hacerlo a partir de la lógica, pruebas arqueológicas aisladas o cartográficas, discutibles y discutidas, han sido arrollados por los defensores del dogma, contribuyendo a mantener la ficción los que niegan el hallazgo milagrero de América, a partir de argumentos alambicados, desvirtuados por el halo del misterio, que no cabe en la historia real, siempre consecuente, tanto en lo bueno como en lo malo, porque la verdad lo es por definición.

E n sistema democrático, alcanza el poder y se mantiene, quien obtiene mayor cosecha de votos, cualesquiera que sean sus limitaciones y defectos, sin que errores y abusos, o la desinformación del votante, incidan en el resultado y consecuencias de la elección.

Por la misma causa y razón, el supuesto falso, admitido por repetido, prevalece en base al principio de que la fe prestada por los más, lo legitima. En contraposición, a la verdad probada, por uno o una minoría, se le niega carta de naturaleza.

Sin embargo sabemos que tanto en humanidades, como en ciencia, la oposición a lo cierto y acertado, ha cercenado el conocimiento y estancado el progreso colectivo, haciéndonos girar en el mismo punto, en ocasiones por espacio de siglos. Por la misma razón, se han aceptado e impuesto tesis y teorías absurdas, cuyos efectos perniciosos, han condicionado al conjunto por largos periodos.

Lo falso ha sido aprendido y asumido, como “versad incontestable”, por espacio de siglos, pese a estar al alcance de cualquier mortal desmontarlas, por simple observación y aplicación del sentido común, descubrir “lo falso”. Aun siendo sus efectos netamente negativos, lo asumido se imponen, tropezando el argumento en contrario, evidente por sólidos, con mecanismos bien rodados, que lo neutralizan, estorbando su difusión.

La Inquisición se aplicó con la eficacia y contundencia, a la tarea de ahogar la verdad. En nuestro tiempo tribunales de "sabios" y "expertos", silenciosos e indefinibles, aplican el discurso del desprecio y la marginación, a la verdad molesta, sustituyendo la ley a la hoguera, como medio de neutralizar al portador.

Hábiles, nos permitieron aprender que Tales de Mileto, observando como se perdía un barco tras el horizonte, hizo al hombre consciente de vivir en una esfera. Pero al mismo nos enseñó que en tiempo de Colón, abandonado el filosofo, para seguir a los santos padres, el hombre se creía instalado en una superficie plana, porque para atribuir al Descubridor el hallazgo de un continente, que corre de polo a polo, consideraron conveniente prestarle el de la esfera.

Lo creyó sin duda el campesino indocumentado, sin acceso a la enseñanza ni a la televisión, si es que curiosidad, le inspiró tan elevada pregunta. Pero basta repasar autores medievales, para constatar que el hombre medianamente cultivado, a más de saber que la tierra era redonda, no estaba seguro de ocupar el centro del universo, como pretendían los teólogos.

El aprendizaje de una "verdad" como revelada, nos daña, no perjudicando el de la mitología, porque sabemos que reúne cúmulo de mentiras, que encierran un poso de verdad. Tampoco perjudica al saber científico y académico, ni por supuesto al sentido común, cuanto se refiere al Creador y al más allá, pues siendo cuestión de fe, nada impide al creyente separar lo inmaterial y por lo tanto indemostrable, ubicado en universo que escapa a nuestro entendimiento, de lo material, susceptible de ser sometido al al análisis empírico.

Es sin embargo aspecto particularmente peligroso, de la cuestión, la expresión y autoridad de los que imbuidos de estupidez vanidosa, se pretenden o creen en contacto directo con un Dios, que nunca se mostró proclive a departir con sus criaturas.

Erigiéndose en portavoces del Altísimo, habiéndole visto, cuando mucho, en sus alucinaciones, le prestan limitaciones perfectamente humanas. Interpretando al Ser Supremo a su medida, le adjudican su propia mentalidad, estableciendo dogmas a la medida de sus bajezas, venidas, susceptibilidad e intransigencia.

Con ayuda o no de autores pasados, afectados por el mismo mal, dan a Dios por ofendido, por lo que no podría ofender a mortal, dotado de mediana inteligencia, aplicando al mundo material, de estrellas abajo, en nombre de un Supremo Hecedor, que únicamente puede ser concebido como suprema inteligencia, credos y mandatos, mas o menos mezquinos y rastreros, concebidos por cacumen irremediablemente humano, a más de lamentablemente mediocre. Descontrolando el aparto de pensar, individual y colectivo, forzado a tomar por superior lo absurdo, imponen una extraña lógica de lo inverosímil. Irreal la concepción del pasado, lo será la visión que proyecte el individuo, sobre su propio futuro.

Suponer que el hombre, habiendo aprendido a navegar a remo en el séptimo milenio antes de Cristo, y a vela en el cuarto, se obstinó en hacerlo entre bajos y arrecifes, sin perder de vista la costa, renunciando a la comodidad de dejarse llevar mar a dentro, hasta una costa rica en oro, especies y muchas cosas más, hasta 1492, no es razonable. Pero tampoco empeñarnos en cambiar de “Descubridor”

Imposible determinar quién fue o a que pueblo perteneció, el primer racional que arrastrado por vientos y corrientes, cruzó el mar, regresando para contarlo, lo único seguro es que al viaje siguieron muchos más, en ambas direcciones, pues basta tomar el sol por referencia, para ir a una tierra rica y regresar, sin equivocarse.

Evidentes que incluso navegando por el Mediterráneo, de isla en isla, los antiguos perdieron de vista la tierra, habremos de admitir que en tiempos de las navegaciones neolíticas, los navegantes no se perdieron, porque sabían orientarse en ese espacio sin caminos, que es el mar. Porque Jasón siguió la ruta adecuada, yendo en busca del vellocino de oro, los cancerberos de una tierra, cuyo acceso prohibió Orígenes a los europeos, porque los pueblos del otro lado del mar, se regían por leyes dictadas por el mismo Dios, poblaron el Océano de monstruos y abismos imaginarios. Arredraron al hombre de despacho y tierra adentro, pero no al navegante.

El asombro de los conquistadores, ante una sociedad que les superaba, se refleja en las crónicas. Maestros en el arte de mentir, conquistaron a unos que no concebían la mentira, porque dotados de alto sentido de la ética, lo renunciaron voluntariamente. Cuidadosos de la aplicación de la justicia, avanzados en técnicas de paz, abandonados en las de guerra, no concebían que la palabra careciese de poder, como instrumento para dirimir disensiones, encontrando el punto medio, acorde con la lógica y la justicia.

Superior la civilización actual en ciencia y técnica, en lo que se refiere a sentimientos, capacidad y entendimiento, diferimos en poco de nuestro antepasado al sapiens, inquilino de las cavernas, estando lejos del nivel de convivencia, que alcanzaron los americanos precolombinos. Aplicados en la práctica de la ética, ricos por saber limitar su necesidad y compartir, avanzados en obras y servicios públicos comunes, pero “nada belicosos”, según bien dijo el corsario Boot, estaban abocados a ser víctima de que por su propia ambición, se condenaron a la ignorancia y la brutalidad, distribuidores natos de opresión y pobreza.

No establecieron los americanos el orden de prioridades, por ignorancia. Lo hicieron por libre elección, suponiendo que la distancia y la generosidad les amparaba. Durante siglos, blancos y amarillos, acudieron en paz a sus mercados. A cargo la defensa del exterior, de caballeros cristianos y musulmanes, no podían imaginar que una buena mañana, amparados en la pólvora, usando por táctica la traición, blancos iguales a los que frecuentaban de antiguo, les sometiesen por la violencia y el despojo.

Injustificable el cambio, el conquistador borro el pasado, haciendo pasar por ignoto, lo que fue cruce mercancías e ideas, que conectó, sin saberlo las partes, Asia con Europa. Toda enseñanza que impone lo irreal, a título de verdad, produce en el aparato de pensar, efectos similares a los que provoca en el ordenador ,el programa inadecuado o el virus. Trozo de código defectuoso, enreda las conexiones, dando lugar a reacciones imprevisibles o erradas, hasta extinción del sistema, destruido por su propio desorden.

Proclive el sentido común no viciado, a recurrir a la lógica, aplicándola espontáneamente observación, para adquirir información, susceptible de ser elaborada, hasta cristalizar en razonamiento, la escuela que nos enseña a dudar de la realidad, percibida por los sentidos, imponiendo como “verdad” la afirmación verbal, no demostrada ni probada por vía de la lógica, no prepara a engañar y ser engañados.

S. XVII El planisferio

Admitir la posibilidad de que un sector de la humanidad, aislado por espacio de milenios, hubiese podido evolucionado en solitario, alcanzando un nivel cultural superior al sus "descubridores" , implica negar la necesidad de una colaboración universal, por vía del intercambio, que hizo posible el desarrollo de la especie pensante.

De no haber consentido en la excepción imaginaria, asumiendo de manera constante y sin fisuras, que el intercambio ínter racial e ínter clasista, en lo intelectual y económico, es motor de la construcción positiva del mundo, la humanidad se hubiese ahorrado no pocas miserias, llegando más allá, en lo que a capacidad de comprender se refiere, haciéndonos capaces de aprovechar con humildad los hallazgos ajenos, cediendo con generosidad los propios. sabido aprovechar, con esa evolución intelectual que nos falta.

De la fábula del “descubrimiento”, dimana una autosatisfacción paralizante. Estigmatizados los grandes pensadores de la antigüedad, por pertenecer a generaciones presas de un miedo irracional, que las hizo incapaces de cruzar el Golfo Grande, la "modernidad" se adjudica el mérito de haberlo vencido, a través de Colón y una reina providencial, colaboradores en milagro geográfico, posible porque fue predicado a una sociedad de formación escolástica.

El producto ha sido una especie pensante, que presta fe a cuantos fantasmas favorecen sus fantasías e interés, poniendo en duda cuanto toca a la razón y la materia, en especial aquello que se opone a sus proyector y conveniencia. Limitada la capacidad del ser pensante, para asimilar lo nuevo, la mente ortodoxa se revela impermeable a la lógica, tomando por verdad cuantas mentiras coinciden con su “idea”.

Halagado el blanco, europeo y cristiano, por coincidir con la raza, credo y filiación ideológica, de los primeros que se atrevieron a desafiar al mar, se aferra al principio del descubrimiento, como otros a la posibilidad de adjudicárselo, sin reparar en que el paso a lo ignoto más importante de la historia, lo dio el primer homínido, anónimo, sin raza, credo ni nacionalidad, definida, que consiguió producir produjo el fuego a voluntad.

Siendo el significado del vocablo "descubrir", en el siglo XV, sinónimo de "reconocer", la “era de los descubrimientos” no fue de hallazgos de continentes desconocidos. Lo fue exploraciones, seguidas de "colonización" u "ocupación", previa "conquista" . Como en todo periodo en que arrumbado el criterio ético, los fuertes se permiten arrollar derecho y principios, para someter al débil, y rico por la fuerza, los responsables del expolio americano, diluyeron su culpabilidad en pretextos.

Pero los documentos firmados a 30 de abril de 1492, que precedieron al viaje de Colón, conservador en el Archivo de Simancas, no hay indicio de que la reina Isabel mandase a Colón a “convertir” ni a "descubrir" tierra desconocido. Le nombra capitán de tres carabelas embargadas, enviadas a las "partes" del Mar Océano, donde " nos le mandamos ir", en viaje cuya duración se calculó en torno a los seis meses, acertando. Al regresó se dijo que ´ ”descubrió” ciertas "islas", en las "partes de Indias".

El segundo viaje no tuvo por fin poblar. Llevó gente de guerra para ocupar y “ sojuzgar” la tierra, preparado a pelear con la armada del rey de Portugal, de cruzarse en su camino. De población el tercero, las licencias para “descubrir ”, extendidas por el obispo Juan de Fonseca, no solo se concedieron a Colón.

Adoptado el modelo portugués por Castilla, se concedieron a cuantos prometieron encontrar las riquezas de la tierra, para tomar posesión en nombre de Isabel, aunque tuviesen dueño. Porque nada tuvo de extraordinario la "hazaña" colombina, para sus coetáneos, la silenciaron romances y anales, refiriéndose Maquiavelo a la conquista de África, iniciada por Fernando tras la caída de Granada, no al descubrimiento de Indias.

Al margen la Castilla de la Inquisición de la corriente humanística, lo estuvieron los conquistadores, aportando el indiano ejemplo, que favoreció el retraso intelectual. Enriquecido porque se atrevió a cruzar el mar, generalmente en calidad de pasajero, habiéndose apropiado de lo ajeno y explotar el trabajo esclavo, sin incurrir en pecado, con bendición de la justicia, al regreso, rico, triunfador y ágrafo, como marchó, contribuyó a conformar la mentalidad, que despreciando el “ser” con el "hacer", proclamó el “tener” como valor absoluto.

Arruinados por la justicia, en paro debido a la dificultades con que tropezaban, para ejercer su profesión, mercaderes, pescadores y artesanos, que se ganaron el pan con su esfuerzo, sin arrollar al prójimo, haciendo próspera Andalucía y Castilla, fueron a su vez ejemplo vivo, de la escasa estima que merecía el trabajo.

Fuente de riqueza la explotación del semejante y el despojo del débil por la fuerza, hampones prósperos, subsidiados del estado, y pícaros, soñaron con Indias, despreciando a los se obstinaban en malvivir a cargo y cuenta de su esfuerzo, nutriendo las arcas del rey.

Sellado un retraso, impuestos por presión exterior, no por limitaciones propias, perviven y pisan fuerte los conservadores de la filosofía, que hizo posible el desastre americano. Conscientes de su origen, velan por la permanencia de los dogmas de la falsa historia, intuyendo que la gloriosa violencia del pasado, justifica la que aplica su sistema en el presente.

Sin embargo vaticino que día llegará, en que el "Descubrimiento" deje de ser estudiado como suceso histórico, mereciendo lugar de honor, en las escuelas de psicología y sociología, el estudio de la creación, difusión y persistencia de la "fe colombina", como creencia universalmente extendida, sin intervención del más allá ni los sacerdotes del Altísimo.

Es probable que el cambio marque el hito, que marque la extinción del “hombre económico”, ambicioso, egoísta, altivo e idealista, en lo filosófico, causa de todas las desgracias de su especie y la destrucción del hábitat, para dar paso a ese hombre nuevo necesario, racional a parte entera, que se entienda a sí mismo como partícula de entidad colectiva, conocida por "humanidad" , cuyas partes han de ser preservadas, para la buena conservación del todo. Cambiados en célula consciente del conjunto, los bípedos pensantes dejaremos de creernos centro de un universo, que suponemos creado para servirnos, cambiándonos en partícula implicada en la obra común de pervivir conjuntamente, en el mejor mundo posible.

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