El oro que hizo posible la explosión económica europea del siglo XIII, no bajó del cielo ni surgió del infierno. Tampoco procedía de crisol de alquimista ni de tierras parcas en metales preciosos. Se trajo de donde lo hubo abundante y accesible. Mercancía que se podía trocar por todas las mercancías, al dar la posibilidad de adquirir cualquier cosa en cualquier momento, el deseo de acopiarlo, hizo que aumentase la tasa de trabajo invertido, en consecuencia la producción, diversificándose la oferta de bienes, para satisfacer a una demanda, con poder adquisitivo creciente. El auge elevó el nivel de vida, impulsando el renacimiento humanista. El oro penetraba en Europa a través del Islam, intermediario de las especies, tinturas y otros géneros, a las que se da por origen la India, situando el del oro en el Sudán africano, por haber olvidado que mientras se dividió el planeta en franjas o continentes circulares, el Sudán o Tierra de Negros, comprendió América.
Todo indica que tras la derrota de los almorávides, el secreto de las rutas del oro quedó a sus aliados los templarios, pero en tanto no se abran los Archivos Vaticanos, sin purgas previas ni reservas, no es probable que se pruebe el supuesto, ni que guardarlo con celo, fue causa de la desgracia del Temple, orden militar adelantada en la cristiandad, que bien pudo tomar por ejemplo los al - morabitum de Yasim. Fundada en Jerusalén por el cruzado francés Hugo Paynes, la idea cristalizó en 1119, por haber asimilado el rey Balduino, el concepto de "hombre múltiple". Comprendiendo las ventajas que podría reportar en la práctica, el rey - cruzado lo impulsó, ofreciendo a los caballeros la mezquita de Omar o cúpula de la Roca, en concepto de domicilio. De planta octogonal, se encontraba en el barrio de la Morla, centro religioso - intelectual, creado por los Omeyas. No todos los sabios huyeron o fueron masacrados por los cristianos. Se salvaron los suficientes para instruir a los templarios, avezándoles hasta donde les estaba permitido, en los secretos del Islam y la Kabala.
A imitación de San Bernardo, al que Paynes tomó prestada la regla, la Orden recibió conversos de musulmán y judío, sin exigir más distingo que el establecido en el Cister: usarían hábito negro, sin mezcla de color alguno. La advertencia de no condicionar la admisión del aspirante, procedente de “las partes de ultramar”, al "provecho" material que pudiese reportar, indica que los "tras marinos" a más de ricos, eran originarios de territorio situado al otro lado del mar, con respecto a Jerusalén, donde se redactaron los estatutos, sin duda el mismo "ultramar" en que situaron Cabo Verde, los jueces de la Chancillería de Cuidad Real, en 1502.
Grande debió ser la confianza que el Temple inspiró al rey de Aragón, Alfonso el Batallador, fallecido en 1140, pues legó el reino a la Orden, última voluntad que no respetada por sus vasallos. Los templarios practicaron toda actividad posible: agricultores, introdujeron entre cristiano técnicas de regadío musulmanes, criaron ganados, fueron pescadores expertos, propietarios de pesquerías y factorías de salazón, construyeron navíos, inventaron el barco de pasajeros, ofreciendo transporte seguro y confortable, a los peregrinos de la Meca y los Santos Lugares, practicaron el comercio en todas sus formas, crearon la banca a escala universal, permitiendo al viajero renovar la bolsa en cualquier parte, con cargo al peculio propio; ejercieron de hosteleros, explotando red de casas fuertes, paradores de la época; tuvieron hospitales, fueron ricos en rentas y en oro, pero sobre todo en saber, posesión que les valió la inquina de las testas coronadas. Odiaron al Temple por la magnitud de su poder adquisitivo, pero sobre todo, porque los freyles sabían lo mucho que los reyes ignoraban, al no exigir ciencia el ejercicio del mando.
Escasa la documentación de la Orden, prácticamente limitada al proceso, es de notar la reiteración con que aluden los testigos, a la presencia de caballeros del otro lado del mar. Terminado el Concilio Trecense, celebrado en Francia, en que se aprobó la regla de la Orden, Paynes embarcó con destino a ultramar, navegando hacia Poniente. Regresó por Escocia, siendo recibido por el rey de Inglaterra, que le hizo regalo en oro. Perdidos los Santos Lugares para la cristiandad, el Temple conservó castillo en Palestina. Abandonado en 1291, en 1294 los aduaneros de Apulia recibieron orden de no registrar las armas, embarcadas en los barcos del Temple, procedentes de "ultramar". El caballero catalán Roger de Flor, fallecido en 1305, viajó repetidamente a "ultramar", prestando en sus mares servicios relevantes, a navíos del Emperador.
1504 Cabo Verde estaba en "Ultramar" |
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Cabo Verde y la Isla de Santiago estaban en puntos distintos |
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No era el Temple la única orden de caballería, que tuvo casas y factorías, en la tierra del oro. Carlos de Anjou representó las tres ordenes: Temple, Hospital y Alemanes, como "vicario general de todos los países de ultramar y jefe supremo de todos los cristianos, que estuviesen en ultramar”. De haber procedido el tercio de las rentas de estas instituciones de un “ultramar”, ubicado en Tierra Santa, hubiesen sido pobres de solemnidad. Esteban de Troyes, Gran Maestre al que correspondió padecer el proceso, decretado por Felipe el Hermoso de Francia, declaró que en capítulo celebrado en París en 1307, se acordó mandar trescientos caballeros a “ultramar". Si viajaron efectivamente, sus descendientes pudieron ser los blancos residentes en Indias, de los que tuvo noticia Colón. Desencadenada sangrienta persecución contra los templarios en 1309, en 1312, año en que el Concilio de Vienne erradicó formalmente la "religión", apenas quedaba un puñado de caballeros confesos, no siendo de excluir que conociendo su destino, los más prudentes se excluyesen, huyendo a "ultramar" por su cuenta.
Los que quedaron en España, se reciclaron, de preferencia, en las órdenes de Calatrava y Montesa, creando Dionis de Portugal la Orden de Cristo, en 1320, para no perder a los caballeros navegantes. Secuestrados y subastados los bienes de la Orden, que el señor perciba el diezmo de la Iglesia, en lugar del Obispo, nombrando a los clérigos pero no a los ediles, elegidos por los vecinos, es signo inequívoco de pasado templario. Herederos de las técnicas introducidas por los caballeros, los vecinos de sus puertos continuaron practicando la pesca de altura, frecuentando las pesquerías que fueron de la orden y manteniendo contactos vedados a los barcos de la corona, con el “ultramar" que los Reyes Católicos ubicaron Cabo Verde y la Isla de Santiago. Del Temple conservó Palos el privilegio de "ir a ballenación", reseñados en 1395, que hizo próspero al lugar.
Mientras pervivió la Orden, sus barcos protegieron el continente del oro, cerrando las rutas de la mar al intruso, a medias con los navíos del rey de Fez. Inmejorables publicistas, se ayudaron del arma eficaz del rumor, haciendo de la Mar Grande océano, repleto de monstruos y abismos. A cargo de los caballeros proveer de productos europeos, desaparecida la orden, les reemplazaron señores de behetría. Sin capacidad para guardar la mar pero ambiciosos, los hubo que de guardianes se cambiaron en amos, haciendo del tráfico de racionales, medio de vida, aprovechando la fidelidad y honestidad de los "ponientales" en su beneficio. La coincidencia de la caída del Temple, con la guerra de los Benimerines contra el rey de Tremecén, favoreció la penetración de los cristianos. Adelantado el genovés Lancelotte Macello, partiendo de Madeira entre 1310 y 1312, “descubrió” isla a la que dio su nombre. Debidamente registrada en los libros de la corona y la Iglesia, se dice que residió 20 años, practicando lucrativo tráfico de esclavos. En sus cabalgadas avistó el Cabo Bojador, absteniéndose de desembarcar, por ser mal recibidos los extranjeros.
Luis de la Cerda, bisnieto de Alfonso X, hijo de Alfonso de la Cerda, al que arrebató la corona de Castilla su tío Sancho IV, fue investido por el Papa de Avignon, Clemente V, en 1344, como Príncipe de la Fortunadas, señor de la "conquista" de las islas y tierras adyacentes de "África", con obligación de convertir a los aborígenes, adoradores del sol. Espurio el papa, las islas quedaron vacas, visitándoles armada de Enrique III en 1393. Urbano V concedió las Fortunadas al normando Betancourt. En su primera expedición, registrada en 1402, participó a título de obispo provisional de las Islas, el franciscano Fray Alonso de Barrameda, apellido que pudiera indicar el puerto de partida. En 1403, controladas Lanzarote y Fuerteventura, Enrique III hizo pregonar en los puertos de Castilla, prohibición general de penetrar en aguas y tierra de Canarias, sin licencia del normando. Esclava canaria y papagayo, reseñados en 1405, en inventario de Beatriz de Castilla, mujer del primer conde de Niebla, indican relación de Andalucía y más concretamente de Sanlúcar, con las islas. Pretendió Betancourt penetrar en Gran Canaria, pero fue rechazado. Regresando a Francia o Castilla, que en esto no concuerdan las fuentes, la tormenta le arrastró al Cabo Bojador. Avistado en otras ocasiones, no habiéndose acercado por miedo a unos naturales mal reputados, le sorprendió población acogedora que le ayudó a reparar el navío, dotándole de despensa para el viaje. Suponen los unos que regresó a las islas, para morir peleando en Gran Canaria. Otros le llevan a su Normandía natal.
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1418 Enrique de Guzmán se titula señor de las Islas de Canaria |
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A imitación de cuantos reyes de Castilla se interesaron por Poniente, Enrique III hizo la guerra a Portugal y la vida imposible a moros y judíos. En las cortes de Toro de 1405, importó de Roma mandato, que desmiente el supuesto de que musulmanes y judíos, se distinguían del cristiano por el vestido. Para que el castellano pudiese reconocerlos, eludiendo intercambio ideológico, juzgado peligroso por el poder, los seguidores de la ley mosaica lucirían paño rojo sobre el hombro, los del Islam, media luna azul, mandato probablemente sin efecto, por ser suerte habitual de las leyes absurdas, de no acompañar el terror de estado. Muerto el rey en 1407, dejó sucesor con dos años de edad, bajo tutela de la reina Catalina de Lancaster. En 1412 según fuentes francesas, 1417 al decir de las españolas, Mosén Rubín de Bracamonte presentó en la corte a Jean de Letancourt, pariente del anterior. Obsesionado por la conquista de Canarias, había empeñado sus bienes a Mosén Rubín, para financiar la conquista de Canarias. Relacionada con Poniente por su casa, pues descendía del rey de Inglaterra, socio de Alfonso X en la cruzada de Allén Mar, en África, la Lancaster concedió a Letancourt, en nombre de Juan II, investidura de rey vasallo de las islas de Canarias, con la facultad de labrar moneda. Se supone que formó armada en Sevilla, zarpando en 1422, sin perjuicio de que en Castilla hubiese señor conocido, de las Islas de Canaria.
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1476 Inés de Peraza había tomado posesión de las islas de Canaria, 20 años atrás. |
El primer conde de Niebla, nieto del Guzmán nacido en Allén Mar, falleció en 1396. Sus monjes de San Isidoro del Campo poseían una Isla de Hierro, que producía pingues rentas, siendo el tercero de sus hijos, nacido póstumo, heredero de misteriosa "Isla de Ardiles". De haber sido ambas islas, efecto de meandros del Guadalquivir, la renta de la primera hubiesen sido irrelevantes, no mereciendo la segunda, mención en testamento. En 1418 Juan de Guzmán vendió la herencia paterna al Conde, hermano mayor, que se adornó en la escritura, con título de "señor de las Islas de Canaria". Consignado en diferentes escrituras privadas, hasta 1428, no aparece en documentos "de estado", porque el señorío de de behetría lo concedían los pueblos, por elección, no los reyes. El segundo Betancourt conquistó Hierro, Gomera, Palma y Tenerife, tropezando en Gran Canaria con "10.000 hombres de pelea", de nación y origen no consignado, siendo probable que los resistentes fuesen musulmanes, asistidos por gente del Guzmán, el rey de Portugal o de ambos. El portugués Fernando de Castro estuvo por entonces en Canarias. Enviado por el rey de Portugal, se comportó como emisario del propietario. Haciendo bautizar a derecha e izquierdas, provocó protesta de Juan II de Castilla, formal y airada.
Aprovechando los muros de casa fuerte construida por Lanzarote, Betancourt hizo casa de piedra seca y barro, domicilio social de empresa, dedicada a la exportación de cueros, sebo y negros. Saturado el mercado sevillano, el normando exportó al reino de Aragón y Francia. Amasada fortuna considerable, cansado de la vida en colonias, traspasó el negocio a su sobrino Maciot de Betancourt, conocido en Castilla como Mosén de Menaute. No desanimó a los portugueses la presencia de señor castellano en las Islas. En 1428 Gil de Eanes tocó en las Canarias. Acopiada carga de esclavos asomó al Cabo de Naam, absteniéndose de doblarlo, por miedo a cambiarse en negro, de rebasar las "marcas" de Guinea. Sin embargo es probable que no continuase, por no excitar nuevas protesta del rey de Castilla. Constante el enfrentamiento de las coronas peninsulares por la posesión de las Canaria, Martín V, papa único tras cisma prolongado, creyó solventarlo partiendo el reino de Fez, concediendo las Canarias a la corona castellana.
Hecha la partición, el Pontífice nombró obispo de Canarias a un D. Mendo, de la orden franciscana. El prelado explicó a los canarios que el bautismo les ponía a resguardo de la exportación, consiguiendo que lo reclamasen masivamente. En peligro el negocio, Maciot desafió frontalmente al prelado, remitiendo bautizados al mercado de esclavos, como si no lo estuviesen. Indignado D. Mendo, a través de castellano que se reintegraba a la patria, remitió aviso contundente a Juan II: de no poner coto a los desafueros de Menaute, denunciaría al Monarca, responsable del desacato, ante el tribunal Roma. Con enredos sobrados a domicilio, por tropezar con oposición frontal y operante, el Trastamara no quiso exponerse a excomunión. Dotando a Pedro Barba de Cantos de gente de guerra y barcos, le mandó a Canarias, con mandato expreso de desalojar a Menaute. Al no conseguirlo por las malas, Barba recurrió a las buenas, comprando las Canarias a Maciot, a condición de que mudase el domicilio. Se dice que marchó a Madeira, donde vendió el archipiélago por partida doble: a Enrique el Navegante y al Conde de Niebla, siendo lo último imposible, pues el Conde ya era señor de Canarias. Propietario por compra reciente, Pedro Barba, a poco de desembarcar en Sevilla, vendió las islas a Fernán de Peraza, fiel ejecutor del rey, casado con Inés de las Casas. Supone la historia que en 1430, harto de problemas, el conde de Niebla cedió su parte en el archipiélago, a un Guillén de las Casas, probablemente Guillen de Peraza. En el siglo XV, los apellidos se mudaban y alternaban, con facilidad y libertad. Conseguida investidura de Juan II como señor de las Islas, según versión europea Guillen pasó a Lanzarote, derrotando a Maciot, y encarcelándole en Hierro. Enterado Enrique el Navegante, no actuó como propietario pero sí como aliado, mandando armada que liberó al Bethancourt, reintegrándole a su residencia de Lanzarote.
En la versión castellana, Guillén de Peraza murió en la primera conquista de Gran Canaria, peleando junto a su padre, Fernán de Peraza, primer conquistador de la isla. Debió ser así, pues Inés de Peraza, hija de Inés y Fernán, heredó las Canarias, lo que no impidió a los portugueses considerarlas propias, incluso después del reparto pontificio. En 1434 Antâo Gonçalves estuvo en Gomera. Recibido por los naturales como señor, le siguieron a la reconquista de Palma. Embarcados refuerzos al pasar por Fuerteventura, entró en el Caribe por el canal, que separa la isla de Santa Lucía o Berbería. Fracasó por no saber tratar a los gomeros. Ofendidos por las maneras de Gonçalves, le expulsaron de las Canarias. Empeñado en la conquista, el infante D. Pedro, tutor de Alfonso V de Portugal, incentivó a su hermano Enrique el Navegante, concediéndole el “quinto” de cuanto se importase de las Canarias e islas adyacentes. Realista el Infante, en lugar de intentar conquista, se procuró el punto de aguaje que necesitaba, para arrendar las pesquerías de Bojador, Angra de los Ruivos y Río de Oro, comprando a Maciot o Menaute la isla de Lanzarote, haciéndose señor en el reino de Castilla. En 1449, Alfonso V de Portugal desafió a la cabeza de la iglesia. Mintiendo sin rebozo, declaró el tráfico suspendido desde hacía 30 años, para conceder al Infante D. Enrique, el monopolio del comercio de Canarias y el Cabo Bojador, partiendo de Cabo Cantín, a cuya altura los navíos viraban a Poniente, como indica la dirección que sigue el barco de Ferrer, navegante a Río de Oro en 1346, en el "Mapamundi" de Cresques.
No parece que la concesión alterase los derechos de Fernán de Peraza. Heredado por su hija Inés, casada con Diego de Herrera, veinticuatro de Sevilla, consta que en 1457 el matrimonio se encontraba lejos de Andalucía, en lugar llamado “Valdeflores” , habiendo constancia documental de que en esta ausencia, la Peraza tomó posesión de las islas. Instalado el matrimonio en Canarias, Enrique IV encargó a Diego de Herrera, "cuyas son las islas de Canaria", la toma de posesión de la tierra, entre los Cabos de Bojador y Aguer, con la Mar Pequeña, Tierra Alta y el puerto de Mogodor, adjudicándose buena parte de la “conquista” , que correspondió a Portugal. Rememorado el acto en albalá de 1463, Diego de Herrera aparece en la historia de Marruecos, tomando posesión de las provincias de Telder y Guardar, en Berbería, en nombre propio. En la de España haciendo lo mismo de Gran Canaria, a 21 de agosto de 1461, en presencia del obispo de Rubico y los príncipes Telder y Galdar, supuestos soberanos de dos estados, en que se dividía la isla. De ser cierto, hubiese violado de manera flagrante del derecho vigente, pues siendo la esposa propietaria de las islas, únicamente hubiese podido actuar como apoderado y en su nombre.
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