La V conquista de Canarias

Muerto Enrique IV en diciembre de 1474, Isabel quiso arrebatar Guinea al rey de Portugal. Al no tener títulos que justificasen la pretensión, conocido que los reyes de Portugal cobraban el quinto, apelando a la cortedad de la memoria colectiva, culpó a la debilidad de Enrique IV, de haber consentido en la usurpación. Para documentarla recurrió a falsario, autor de la albalá de 1468, publicada por Romeu de Armas, sin detectar contradicciones. Prudentemente, el documento no se pretende original. Se presenta como copia autorizada de privilegio, extendido en pergamino, sacada por Diego de Herrera a 6 de marzo de 1470, en oficio de notario jerezano, eclesiástico por razón ignota. Sin temor a los investigadores, el falso se fecha en Plasencia, a 6 de abril de 1468, jornada en la que no se encontraba Enrique IV para remediar injusticias ni perpetrarlas, por ser su condición la de prisionero de su hermano, el rey Alfonso XII.

Adoptando actitud impropia de monarca, dotado del don de la infalibilidad, Enrique confiesa que despojó a Herrera de sus islas, cediendo a las presiones de los condes portugueses de Turguia y Villarreal, injusticia que subsana, restituyendo a Herrera Gran Canaria, Tenerife y La Palma, "en las mis mares de España", como "verdadero señor" de la "Mar Menor, en las partes de Bebería". Profusamente documentado el señorío de los Peraza, todo indica que se mantuvo íntegro y sin novedad, de los tiempos en que Fernán de Peraza conquistó Gran Canaria, hasta la conquista iniciada por Alonso Fernández de Lugo, en 1492. Sometidos los señores a la autoridad real, en 1476 Herrera fue implicado en la Guerra de Guinea. Obligado a cerrar los puertos a portugueses y a cuantos se dirigiesen a la "conquista" de Portugal, sin licencia de la corona de Castilla, la ocupación de las "islas" adyacentes, propias de Portugal, quedó a su cargo.

Herrera desembarcó en Bohío, rada que se ubica en Marruecos. Levantó torre en Galdar, que llamó Santa Cruz, dejando por alcaide a un Alonso de Cabrera. La Reina Católica, que incorporó a sus encabezamientos la corona de Portugal, quiso acelerar la conquista. El 27 de mayo concedió a Enrique de Guzmán, duque de Medina Sidonia, las islas de Antonio, “Primera” o Cabo Verde, propias de “nuestro adversario de Portugal", a condición de conquistarlas previamente, con atribuciones de príncipe vasallo. No parece que el Guzmán intentase hacer el regalo efectivo, interviniendo en la formación de la armada, que zarpando de Puerto de Santa María en 1476, al mando de Charles de Valera, saqueó la "Isla de Cabo Verde" o Porto Santo, residencia de Antonio Noli, "capitán" de la tierra. Aleccionado por el susto, Noli dio obediencia a Fernando, que a 6 de junio de 1477 le confirmó en el cargo, ordenando a sus vasallos tratar a los vecinos de Cabo Verde, como vasallos de Castilla. Según Alonso de Palencia, los navíos salieron en busca de la armada portuguesa, a la que esperaban sorprender en los Azúcares o la Mina. No fue posible por producirse retraso, según el cronista debido a intervención de Enrique de Guzmán, que retuvo a la gente de Palos, tripulantes irrenunciables, por conocer las costas de Guinea.

1477 Aviso a los canarios de la conquista de África y Guinea
1477 Obediencia de Antonio Noli y Cabo Verde

Privados los canarios de ingresos, al no poder trocar con los barcos de Guinea leña y vituallas, por paños a la ida y oro al regreso, el mal humor acumulado, dio lugar que los de Lanzarote, se negasen a pagar las rentas al señor, acusando al matrimonio Herrera - Peraza, de usurpar la jurisdicción a la corona, para cobrar las rentas. Iniciado pleito bien visto por los reyes, pues señores y vasallos salían económicamente debilitados, lo que reforzaba la autoridad real, la demanda fue admitida y nombrado juez pesquisidor Esteban Pérez Cabitos, enviado a las islas con salario abultado, que las partes habían de pagar por mitad. Obligado reforzar la autoridad de Herrera, pues de perderla no podría continuar la guerra, fueron admitidas las pruebas, aportadas por Inés de Peraza. Confirmada como señora de todas las Canarias, por "justos y derechos títulos”, autorizados los vecinos a continuar pleiteando, en la esperanza de liberarse de los señores, si los "vencían" en justicia, en noviembre de 1476, Inés y Diego fueron autorizados a meter en cintura a sus vasallos.

Aprovechando el atisbo de gracia real, el matrimonio fundó mayorazgo, vinculando con las cuatro islas menores, Gran Canaria, Tenerife, Palma y cuantos bienes adquiriesen, en el curso de su vida. Acusado el primogénito, Pedro García de Herrera, de haber conspirado contra sus padres, maquinando con los canarios golpe de estado, para hacerse con las islas en vida, de sus progenitores, le desheredaron, designando sucesor al segundo de sus hijos, Fernán, que recibió Gomera y Hierro, como anticipo. Que los Reyes Católicos aprobasen el documento sin objeciones, indica que la Gran Canaria e islas mayores de los Peraza, no era identificables con la Gran Canaria, Tenerife y Palma, cuya conquista inició la corona en 1478, terminándola a finales del siglo. Esta Gran Canaria fue la Berbería, en que los vecinos de la otra Gran Canaria, situaron las guerra de Pedro de Vera.

1477 Carabelas procedentes de Canaria, la Gomera y otras partes con oro

La arribada de navíos de Palos y Moguer a la Gomera, para cargar esclavos, era rutinaria. Da ahí que no hubiese dejada huella operación, verificada en 1477, de no intervenir cambio en los tiempos. Desembarcados los esclavos en Andalucía, vendidos los que encontraron comprador, aparcado el “stock” en mazmorras y en "hierros", a la espera de cliente, el Obispo de Rubico intervino inopinadamente, sin duda por real orden. Declarando a los canarios cristianos, porque pagaban el diezmo, recibían los sacramentos y respetaban los mandamientos de la Iglesia, mandó “secuestrar” las “piezas” que quedaban en Palos y Moguer, para depositarlas en manos de “buenas personas”, a las que compensarían con trabajo gratuito, a cambio del gasto de mantenerlos, a la espera de transporte, que los reintegrase a su isla. Sin perjuicio de haber inspirado al prelado, el Católico, que se encontraba en Jerez, reclamó el quinto del lote, en "piezas de gomero" o en metálico. Pagado, los mercaderes podrían demandar a Fernán de Peraza, exigiendo restitución de lo cobrado, por haber vendido cristianos, no estando permitido comercializarlos.

Intocables los emolumentos de la corona, Juan de la Guerra y Juan Alfonso Izquierdo, al regreso de Canaria innominada y la Gomera, con carga de oro y esclavos, ingresaron religiosamente el quinto en las reales arcas, pero no se libraron de la cárcel. Habiéndose alzado el funcionario con los fondos, al no estar previsto que perdiese la corona, permanecieron entre rejas, al no poder pagar por segunda vez. Haciendo gala de la ausencia de lógica, característica en escolástico de crianza, a la declaración de "cristiandad" de todos los canarios, acompañó petición de bula de indulgencias, de adquisición obligada en los reinos de Aragón, Navarra, Castilla y Portugal, destinada a financiar la conversión de Guinea y las islas Canarias.

En 1478 los canarios intuyeron que Castilla perdía la guerra. Despreciando al derrotado, abrieron sus puertos a los navegantes de Guinea, reanudando relaciones y "rescates", con la "conquista" de Portugal. Joven e inexperto, Fernán de Peraza creyó ganarse el favor de los reyes, llamando al orden a sus vasallos. Replicaron negándole el vasallaje y el pago de las rentas, con excepción del "Vando de Oro, que siempre fueron leales". Al no poder controlar la situación pidió ayuda a la corona, dando a los Católicos el pretexto que necesitaban, para ordenar pesquisa en todas las islas. Sin más remedio, Diego de Herrera confesó que los vasallos de sus islas frecuentaban la "conquista" de Alfonso V, e incluso Lisboa, recibiendo en sus puertos navíos de portugueses. Los monarcas recordaron al señor el deber de impedirlo, buscando a los culpables para aplicarles correctivo, que les “sirviese” de castigo. Y a los demás “de ejemplo”.

1478 Mayo 26 La conquista de Gran Canaria

En el mismo año, Antonio Noli regresó a la obediencia de Portugal, con la isla de Cabo Verde, ordenando los Católicos hacerle la guerra. Enterados de que se preparaba armada para conquistar Gran Canaria, los Covarrubias, mercaderes burgaleses, pidieron seguro al Rey para Pedro de Montoya, su factor en Cabo Verde. La armada se anunció a los Herrera - Peraza, como ayuda para controlar a sus vasallos. Financió la empresa el mercader sevillano Juan de Lugo, en la esperanza de conservar el monopolio de la orchilla en las tres islas mayores, al término de la conquista. Juan Rejón, capitán de la empresa, compartió el mando de 3.500 hombres, con el Deán Iohan Bermúdez, quedando el mando supremo a Fr. Iohan de Frías, Obispo de Rubico. Arrastró con batallón de frailes, destinados a bautizar canarios, “nuevamente convertidos". Embarcados los gomeros que se pudieron recuperar, del lote vendido por Fernán de Peraza, para ser reintegrados al hogar, servirían de tarjeta de presentación, probando la magnanimidad de los reyes.

1479 Hombres que llevó Rejón. (Bula)

La armada de Gran Canaria zarpó del puerto de Alientos, en término de Trebujena. Cedido a Jerez mediado el siglo XV por el primer duque de Medina Sidonia, para librar del engorro de los jerezanos al puerto de Sanlúcar, pertenecía a realengo. En Barrameda se reunió la gran armada, destinada a rematar la conquista de Guinea. Navegaron juntas hasta Fuerteventura, donde quedaron los barcos de Guinea, acopiando múrices para la corona, con el fin trocarlos por oro en la Mina, siguiendo los conquistadores de Gran Canaria, al puerto de Isletas. Con dinero puesto por Juan de Lugo, hicieron población, dotada de fortaleza, a la que llamaron Villa Real de las Palmas. Capturada la flota de Guinea en la misma Mina, por los portugueses, con ayuda de franceses, los conquistadores de Gran Canaria quedaron abandonados a su suerte, no tardando en surgir desavenencias entre clanes. Enterada Isabel de que sus oficiales llegaban a las manos, en noviembre nombró gobernador de Gran Canaria a Pedro de Algaba, dotándole de plenos poderes. Los justicias habrían de entregarle las varas. Y Juan Rejón o quien la tuviese, la fortaleza. Habiendo quedado los gomeros olvidados y abandonados, lejos de su "isla", se ocuparía de repatriarlos. Pagado el pasaje, maestres que se dirigiesen a La Gomera, habrían de recibirlos en sus navíos. Restablecido el orden, Algaba reanudaría la conquista.

Escasa la relación de la historia oficial española, con la documental, los cronistas que se refieren a esta guerra, se contradicen. Según Pulgar, los canarios se cubrían con taparrabos de hierbas o pieles. Amparados en sus riscos, expertos en el manejo de la honda, la disparaban con tal fuerza, que traspasaban adargas y petos. Dispuestos "a morir por matar" , prolongaron una guerra desigual, por espacio de tres años, penosa para los agresores, por ser raras y espaciadas las armadas de socorro, procedentes de Castilla. Hostigados sin respiro por los “enemigos de la nuestra santa fe" , los castellanos lo fueron por el hambre y la falta de pertrechos. Excitados por el malestar y sin detectar progreso, olvidaron al enemigo común, para pelear entre sí. Bernáldez, equivocándose de plano, pues a más de reducir la hueste castellana a 500 hombres de a pie, hace viajar juntos a Rejón y Algaba, reduce la fundación de Villa Real a la construcción de torre, que fue de la discordia. Supone que iniciada la obra, los capitanes se enfrentaron, acabando Rejón con Algaba, para morir a manos de Fernán de Peraza, que no parece haber asomado a Gran Canaria.

A la verdad puede aproximarse Alonso de Palencia. Cuenta que el Puerto de Barrameda se formó armada de 25 velas, para conquistar las Islas Afortunadas, mintiendo al suponer menor y con 11 velas, la destinada a la Mina de Oro. Los capitanes de la armada de Canarias, .Juan Rejón y el deán Juan Bermúdez, nada entendían en cosas de mar, pero estaban avezados en cuestiones de tierra. Formada la armada y retrasados los barcos de Guinea, al rey de Portugal le sobró tiempo, para preparar el recibimiento. Las flotas tocaron la costa de Mauritania, Etiopía o Guinea, es decir en el Río de los Esclavos, repartiéndose por Planasia o Tenerife y Niguaria o Palma, en busca de esclavos y orchilla, sin conseguir captura ni traro. Enteradas Inés de Peraza, residente e Junonio, de que barcos del Castilla enredaban por sus costas, liberó esclava natural de Canaria, para que llevase el aviso de la presencia de armada, procedente de la "Bética" . Suegra del portugués Diego de Silva, propietario de la fortaleza de Gando en Canaria por conquista, a cuyo cargo estaba la guarda de la conquista portuguesa, prefería que sus islas estuviesen bajo la autoridad del rey de Portugal, que sometidas a la de Castilla.

Llegados a Gran Canaria, los indisciplinados castellanos se disgregaron. Los capturados por portugueses en las costas de Planasia y Niguaria, pararon en Lisboa. Los que anclaron sus barcos en la bahía de Canaria y la península de las Palmas, para entrar tierra adentro, perdieron los navíos, tomados por gente de Portugal. Preparado desembarco, con los canarios, a los que cedieron la mitad de los castellanos capturados, tormenta providencias, que impidió acercarse a la costa por espacio de cinco días, salvó a los castellanos. Alejados los portugueses, enterados los reyes del enfrentamiento de Rejón y Bermúdez, en el otoño mandaron a Canaria a Pedro de la Algaba, a título de gobernador, dotado de los debidos poderes, para poner orden. No siendo santo de se devoción, Palencia le acusa de haberse quitado de encima a Bermúdez y Rejón, mandándolos uno tras otro, a las islas de Inés de Peraza, con cartas del rey, exigiendo entrega de hombres y provisiones. Desbarran el cronista, al suponer que llegado a Junonia, Rejón hubo de acudir a intérprete, para entenderse con Inés y Diego, ambos sevillanos. Se negaron los señores a dar un hombre, insistiendo Rejón. Lo encerró Fernán de Pereza, en prisión suave o descuidada, pues escapó en un esquife, con sus hombres y esclavos capturados. Mandó Inés nave en su seguimiento, perdiéndola pues la capturó Rejón. Sabiendo que sería bien recibido en Pluvalia, hizo escala, embarcando unos setenta vecinos con asnos y aperos, dispuestos a instalarse en Canaria. Legado el deán Bermúdez, los capitanes siguieron al puerto de Sardina, próximo a Villa Real de las Palmas.

Queriendo quitarse de encima a Rejón, Algaba mando a su hermano, Fernando Cabrera a la corte, para convencer al rey. Tratada la cuestión con el deán Juan Bermúdez, embarcaron a Rejón cargado de cadenas, viajando con la presa de esclavos. Desembarcado en el puerto de Barrameda, en Sanlúcar, fue llevado a Sevilla. Esperaba Algaba que Rejón fuese ejecutado, por tener muchos enemigos en la ciudad, pero le apoyó Palencia, consiguiendo el perdón del Católico. Conseguida la bula de indulgencias, cuya venta habría de procurarle fondos, para financiarla, encargó la formación de la nueva armada a Diego de Melo y el propio Alonso de Palencia. Retrasada la partida siete meses, por escasez de dinero, Palencia reprochó a Diego de Melo el haber confiado la operación, "a cierto hombre imbécil y nada religioso", que era Fr. Juan Frías, obispo de Rubico, señlado por ser antiguo en las islas y conocer rutas más rápidas y seguras, que las utilizadas por la corona.

1478 Agosto 28 Se manda a Pedro de la Algaba a Gran Canaria

Partieron los navíos el 1º de agosto de 1479, llevando por capitán de guerra a Pedro Caper, con 400 soldados, bajo la autoridad de Juan Rejón, repuesto en el cargo. Travesía de siete días les puso en el puerto de Villarreal. Algaba y Bermúdez disimularon el disgusto, que les causaba volver a ver a Rejón, que buscando la colaboración de Fernán de Peraza, reanudó la guerra de inmediato.

Mal informados de las costumbres canarias, empezaron por ocupar Titiana y Thirmia, emblemáticas, por tener los naturales templo fortificado. Encontrándolas abandonadas se instalaron, no tardando los canarios en atacar, con piedras y dardos. Mal parados los castellanos, se retiraron a La Palmas, donde no pudieron entrar, por haberse alzado la población contra Algaba y Bermúdez. Sin saber que hacer, Caper y Rejón se dirigieron Galdar, capital de jefe canario, que tampoco les recibió. De regreso en Las Palmas, Algaba, había mandado otras vez a su hermano a Castilla, para informar sobre Rejón y a Caper, los arrestó, remitiéndoles a Castilla por segunda vez, ahora acompañado de soldados, que querían dejar la isla. Rejón denunció a Pedro de la Algaba en Toledo. Comprendiendo el rey de que los hombres designados, para solventar la cuestión canaria, dejando al cuidado de Palencia , la tarea de encontrarlos más idóneos.

Políticamente incorrecta la historia de Canarias, autores posteriores la complican. Un Alonso Ramos, del siglo XVIII, supone que a 25 de octubre de 1477, Diego de Herrera renunció a las tres islas mayores, por pura devoción a la corona, recibiendo en compensación el condado de la Gomera. Sucede que el título lo creó Carlos V, para señor de la isla, llamado Guillén de Peraza. Bernáldez cuenta que iniciado pleito por los Católicos, en 1480, para despojar de las islas mayores a Herrera, con visos de legalidad, Diego las conservó, probando haberlas conquistado con su dinero y sangre, pese a financiar la empresa su suegro, Fernán de Peraza, poniendo la sangre Guillén de Peraza, hermano de Inés, propietaria de las islas. Nos dice el cronista que los reyes aparcaron el pleito, a la espera de rematar la conquista. "Sojuzgadas" las islas, en 1483 lo reanudó el fiscal , esgrimiendo acusación contradictoria. Reprochó Herrera haber obtenido las tres islas mayores por vasallaje voluntario, sin derramar la sangre necesaria, para asentar la autoridad de España, acusándole al mismo tiempo de incurrir en desacato, a medias con su mujer, haciendo de menos los Reyes de Castilla, al dejarse tratar por los isleños, como si fuesen reyes de la tierra. No habiendo huella del pleito sentencia, Bernáldez recurre al convenio, suponiendo que Herrera cedió las islas mayores a la corona, a cambio de cinco cuentos de maravedís, que no pudo disfrutar, pues falleció en el año. Omitiendo que Inés de Peraza, continuó residiendo en su fortaleza de Santa Cruz de Hierro, sin perjuicio de que viajase en ocasiones a Sevilla, el cronista la recluye en esta ciudad los 20 años, que supone sobrevivió al marido. Cuando menos hasta la fecha, no hay indicio de que el matrimonio Herrera o sus descendientes, se quejen de despojo o merma de su mayorazgo, pero sí indicios racionales, de que la Gran Canaria de los Peraza, no fue la Gran Canaria de los reyes, si no la Berbería, en que los canarios del siglo XVI, situaron las guerras de Vera.

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