En posesión de la bula "Intercaetera", los Católicos se guardaron de exhibirla, por ser impresentable, pero al tener cubiertas las espaldas jurídicamente, precipitaron acontecimientos, haciéndose con territorios de Portugal, relanzaron una guerra no declarada. Autorizada la práctica del corso, los castellanos hicieron el comercio imposible a los vasallos de Juan II, abordando a cuantos sorprendían en las proximidades de Guinea, por considerarla agregado de las Islas de Indias. Activos los navegantes del Alfoz de Saltes, pues tenían el botín por salario, contribuyeron a crear el real monopolio, que no tardaría en expulsarles de una “conquista”, reducida al Golfo de México y el Caribe , hasta La Margarita.
Los vecinos de Palos y otros andaluces, que “contrataban" en las "escalas de mercadores" del Cabo de Aguer, con licencia del rey de Portugal y el Xarife, se exponían a ser capturados por sus convecinos, autorizados por Isabel para practicar el corso, por ser su acción la prueba de que Castilla no admitía las pretensiones territoriales de Juan II. Corsarios Pinzones, Quinteros y Juan de Sevilla, secretario del duque de Medina Sidonia, formaban armadas de dos o tres carabelas, que corrían las aguas del Cabo de Aguer y el Safi, en busca de presas. El paleño Alfonso Salas, vendedor de higos secos y otras mercancías autorizadas, compradas en Lisboa, para trocar en Azamor y otros puertos de moros, abiertos a cristianos, fue robado por paisanos conocidos, en aguas de Aguer. Denunciado el atropello ante el corregidor de Palos, no fue escuchado, porque la corona favorecía a cuantos ayudasen a expulsar de Poniente "intrusos" , entre los cuales figuraban sus propios vasallos, culpables por navegar con licencia de Portugal.
Sin desechar la idea de guerra abierta, el 9 de mayo de 1493, los monarcas decretaron embargo general de navíos, bajo la dirección del obispo Juan de Fonseca. Escogidas 4 naos y 13 carabelas, las reuniéndolas en Cádiz, pese a ser la bahía peligrosa con levantes y con ponientes, para respetar la ordenanza. Bartolomé de las Casas embarca familias de pobladores, cargando los navíos de semillas y colleras de cuadrúpedos domésticos, supuestamente inexistentes en Indias. Embarcaron efectivamente vacas, carneros y gallinas. Pero no para repoblar un continente. Constituían despensa en vivo, que llevaban todas las armadas, como caballos y acémilas, trasporte del que pasajeros o tratantes en cabalgada, no podían prescindir. Caro el caballo domado, capturar cimarrones a pie no era fácil, ocupando demasiado tiempo domarlos. Presente en la partida, Bernáldez consigna que Colón llevó 24 caballos, 10 yeguas y 3 acémilas. De haber sido su intención introducir la especie en el Nuevo Mundo, la proporción no puede ser más desatinada. No vio el cronista pobladores en los viajeros, pero sí 1.200 soldados, que Fernández de Oviedo eleva a 1.500, dándoles rango de hijosdalgos, de aficiones insólitas, pues tomada posesión de la tierra, por las buenas o las malas, habrían de dedicarse a labrarla. Les acompañó batallón de clérigos, capitaneados por Fray Buil, benito catalán. A su cargo bautizar a los naturales, a garrotazos de ser preciso, dirían misa, dando los sacramentos a los cristianos. Con los frailes, en calidad de intérpretes, fue algunos de los indios, traídos por Colón.
A punto de zarpar, Colón recibió carta de Isabel, fechada en Barcelona a 5 de septiembre. Le devolvía el libro que dejó en la corte, para copiarlo, pues los reyes querían tenerlo, probablemente el de Mandeville, pidiendo disculpas por retraso, que achaca a la necesidad de hacer el trabajo, sin levantar sospechas de los portugueses que mandó Juan II a título de embajadores, para pedir explicaciones por la incursión de 1492. Pidió la reina al genovés que apenas la tuviese terminada, mandase la carta de marear que estaba haciendo, instándole a zarpar cuanto antes, pues convenía que estuviese en la mar, antes de que los portugueses saliesen de Lisboa.
Repitieron viaje los pilotos Juan de la Cosa , que embarcó en la capitana, Pedro Alonso, Cristóbal y Juan Niño, como maestre de su carabela, zarpando la armada entre el 22 y el 25 de septiembre, en busca de las provincias Cibao y Atti, la última gobernada por el cacique Canoabo, famoso por su riqueza en oro. Según Fernández de Oviedo, de no haber sido por la lentitud de la capitana, hubiese atravesado a Isabela en 14 o 15 días, pero tardaron 20 en recorrer las 1.100 leguas, que separaban la Península de Gran Canaria. En la obra de Las Casas, no falta manifestación de alarma. Olvidando que los repetidores estaban informados de la distancia tiempo, que separaba la costa andaluza de las Indias, aunque hubiese sido cierto el descubrimiento, incluye alzamiento de tripulantes, alarmados por considerar la travesía excesivamente prolongada. larga. Colón calmó los ánimos, al señalar el día y hora en que darían con tierra, acertando de plano. En la versión de Bernáldez, vientos favorables llevaron la armada a Gran Canaria, en cuatro o cinco días. Reparada vía de agua en un barco, la travesía a la Gomera les ocupó otros cuatro días Renovada la despensa, les sorprendieron las calmas, tardando 20 días en llegar a Hierro. Según los tripulantes, navegaron sin escalas hasta una isla, que estaba en el “mar Océano", para unos la Deseada , según otros Marigalante o Guadalupe. En la rada oyeron decir a Colón, hablando con su hermano Bartolomé, que había estado allí en el primer viaje.
Yendo entre islas, rebasaron Cario, avistando seis islas más. Llevando costa alta y montañosa a la derecha, navegaron 20 leguas sin ver puerto. Cortos de agua buscaban rada. Navío que iba retrasado la encontró, soltando trapo para dar el aviso a los demás. Los alcanzó en fondeadero no menos amable. En tierra Colón, pendón en ristre, tomaba posesión de lo que fuese. Imprudente navegar de noche por mar de islas, por consiguiente de bajos, peñotes y bancos, durmieron en la que la que encontraron adecuada. A la mañana, navegadas 7 u 8 leguas, Colón reconoció la Montaña Verde , frontera del reino de Dará, en Marruecos, por la cascada que bajaba al mar de la cima. A tres leguas de la costa, se veía del "grosor de un buey". Bien podía ser la que contempló el cartaginés Himilcón, navegando frente a la costa de “África” , cayendo de la cumbre del Monte Tartesio. Tras triunfar de las sirenas, dejándose llevar de mar a mar, por las aguas de Infierno, el Ulises de Homero pudo llenar los odres de agua dulce, poniendo el barco bajo las cascadas, que caían de los acantilados.
No encontré mapa ni geografía, en que apareciesen las tales cascadas, en costa americana, las descubrí en descripciones del macizo de las Guayanas y relatos de viajeron actuales. De mente ordenada y científica, explican que en depresiones de las alturas de la meseta, se forman lagos en la temporada de lluvias. Desaguan al mar, formando cascadas temporales, que vacío el depósito se extinguen. Que las viesen Ulises, Himilcón y Colón, pudiera indicar que viajaron frente a la misma costa, en la misma estación.
Pese a ser territorio frecuentado por tratantes, los castellanos no encontraron alma viviente en tierra. Informados los naturales de las maneras de la nuevas generación de castellanos, apenas atisbaban vela cristiana, huían al interior. Al no haber presa mejor, se resignaron a saquear pueblo abandonado, acopiando papagayos y algodón, hilado y por hilar. Estando "cerca de España" , en la entrada de canal a la Mar Grande , el Colón de Bernáldez quiso regresar a Isabela, para recoger a los hombres, abandonados según el cronista en un fuerte, a consecuencia del naufragio de la Marigalante. Costeando 25 leguas de isla, contemplaron montañas, llanuras y bosques. En pueblo vacíos acopiaron mantas de algodón, "tan bien" tejidas como las de Castilla, en poblados vacíos.
Necesitados los castellanos de "lengua", que les orientase, en "isla" grande formaron patrullas, penetrando en el interior en todas direcciones. Consiguieron 20 mujeres, cautivas de los naturales, que se felicitaron al cambiar de amo. Extraviado capitán con 6 hombres, "pilotos y marineros, que por la estrella sabían ir y venir a España", ciencia imposible de adquirir, en un único viaje, aparecieron estando Colón a punto de marchar, sin esperarles. Se perdieron, porque la espesura de los árboles, no dejaba ver el cielo, ni aún trepando a lo más alto. Más adelante se detuvieron ocho días en puerto abandonado. Excavando en el suelo de las cabañas, en busca de oro, dieron con huesos. Ignorando la costumbre local de enterrar a los muertos a domicilio, dedujeron que los vecinos huidos, eran caníbales. En mar de cayos, "descubiertos" por Colón en el periplo pasado, recordó que les puso las "Once Mil Vírgenes". Por razones ignotas volvió a inscribirlos, individualizando Guadalupe, Boriquen y la Española. En un “islón” encontraron chozas de pescadores, desperdigadas y vacías. Pertenecían a un pueblo que carecía de embarcaciones, a imitación de los canarios. En la última isla, flecha caribe mató a un vizcaíno. Embarcado el cadáver, le dieron tierra en provincia más hospitalaria. Las cautivas capturadas, la reconocieron como Bohío, provincia de la Española. Al poco tiempo aparecieron aborígenes en canoas. Portadores de oro, subían confiados a las carabelas, con intención de cambiarlo por camisas y “bonetes”.
En tierra anegada por un río, descubrieron dos cuerpos, el uno barbado. Pese a la buena voluntad de Bernáldez, su Colón se abstiene de reconocer, en los difuntos, a tripulantes de la Marigalante. Doce leguas más adelante dieron en la rada en que se perdió la nao, supuesta sede de Fuerte Navidad. Centrando el relato del cronista en la desaparición de los castellanos, menciona mensajero del cacique Guacanari, portador de dos carátulas de oro, destinadas a Colón y al difunto Martín Alonso. Interrogado, declaró que los castellanos murieron de enfermedades, peleas y viaje a tierra del cacique Caonaboa, en busca de oro. Pensó Colón que los mataron, por haber conocido bíblicamente a las mujeres locales, usando de la fuerza. La matanza de violadores, previamente de náufragos, justificó condena dictada de todos los americanos. Los que en la bula de Alejandro VI "no comían carne", se transmutaron en caníbales, además de asesinos, condenados en adelante a vivir en libertad provisional, entre la esclavitud, la mita, la quinta y la encomienda.
No hay marinero del primer viaje, que mencione compañero, abandonado en tierra. Ni del segundo que se refiera al hallazgo de los dos cadáveres, o a la búsqueda de compañeros, que quedasen en Indias en el viaje anterior. La travesía terminó en Isabela la Vieja , la primera tierra descubierta en 1492. No aluden a fundación. Se limitan a señalarla como la población de españoles más antigua de la isla, añadiendo que a poco de llegar, los nativos informaron a Colón de que había dejado atrás las fuentes del oro. Queriendo a subsanar el error, embarcó a la gente. Según Bernáldez, fue en busca del río, que "descubrió" Martín Alonso, ocupando en ida, estada y vuelta 45 días. Que el genovés tardase tres meses en llegar a la Española continental, indica que se dirigió a otra parte, sin que valga culpar de la lentitud a vientos, corrientes e inexperiencia de los navegantes, en especial llevando a los Niño por pilotos.
Cumpliendo el plan del viaje, desembarcaron en Cibao, en las inmediaciones de la Mina de Oro portuguesa. En plataforma entre dos ríos, el unos “principal” , abundantes en pesca, "corral" protegida por acantilado y rodeado de arboleda cerrada, tan verde que "ningún fuego podía quemar", Colón asentó poblado al que puso por nombres Monte Juan y por sobrenombre Isabela. Corrió la noticia de la presencia de blancos y aparecieron mercaderes, ofreciendo oro, maíz y cuantas mercancías apetecían los españoles. Los proveedores procuraron a Fr. Buil y sus clérigos, los primeros bautizados de Tierra Firme, a más de brazos para cultivar la tierra, al servicio de los "conquistadores".
No serían los barcos de Colón, los únicos que cruzaron el mar aquel año. “En pos" de la flota partió armada de cuatro carabelas, al mando de Antonio de Torres, con despensa de refresco, pobladores y la misión de reconocer las islas, en que tocó el Almirante, delimitándolas y dibujando sus contornos. Juan Bermúdez, embarcado como piloto, en el navío del capitán Aguado, declaró que cuando se hizo a la mar, las “islas” descubiertas por las "18 carabelas", ya estaban "puestas" en cartas, que se vendían en Sevilla. Vicio del español despreciar el tiempo, no sabemos cuántos días permaneció Colón en la primera Isabela. Ni si Torres le encontró en la mar o en Monte Juan. En la obra de Las Casas, no se consigna el viaje de ida de Torres, pero sí de vuelta. Aparece como portador de memorial, dirigido por el Almirante a los reyes. Fechado a 3 de febrero de 1494, el "descubridor" acusaba a los americanos de caníbales, sodomitas y sucios, culpándoles de haber matado a los españoles, que quedaron en Isabela. El delito justifica regalo de esclavos, que agradece la reina en nota marginal. Los testigos recuerdan la llegada de Torres a Monte Juan, fijando Bernáldez su partida a 12 de marzo , llevando en la bodegas, "500 ánimas de indios e indias" de doce a treinta y cinco años. Muertos los más de pena y rebeldía en el viaje, los supervivientes, vendidos en Cádiz, "aprovecharon muy mal", no tardando en rendir el alma en manos de sus amos. Devaluada la mercancía humana, procedente del descubrimiento, la baja ley del oro originó revuelta de inversores, indignados porque la realidad no respondía a las promesas. En el mismo año 1494, Alonso de Lugo inició su conquista de Tenerife, al otro extremo de la costa de Tierra Firme. La terminó en 1496, año en el que Colón fue reintegrado a Castilla.
Informado Juan II de que el "descubridor" se había instalado a las puertas de su Mina, a 8 de marzo de 1494 apoderó a embajadores, mandándoles a la corte de Isabel, con la misión de conseguir por vía diplomática, que la población de Colón fuese mudada. El poder del rey de Portugal, no puede ser más explícito: habiendo sido encontradas “nuevamente” ciertas islas, por orden de los Reyes Católicos, siendo conocido que se proponían continuar sus redescubrimientos, con el fin de preservar una paz amenazada, se imponía delimitar las “conquistas”, marcando las fronteras con precisión, para evitar incursiones en territorio ajeno.
Exultante la abundancia de oro en el entorno de Monte Juan, Colón pasó cuatro o cinco meses inventariando más de 50 ríos, arroyos y fuentes, portadores de oro. Queriendo ampliar información, desembarazado de Torres hizo incursión de 18 leguas al interior, con gente de a pie y a caballo. Caminaron entre montañas “muy altas” y cabezos, por los que discurrían arroyos, igualmente ricos en oro, entre hierbas tan altas, que alcanzaba el arzón de las monturas. En Santo Tomé, la actual Ciudad Bolivar, que conserva un Santo Tomé en su entorno, hizo fortaleza o caserón fortificado, dejando guarnición de 30 hombres, al mando del alcaide Pedro Magerite. Concebido el encalve como las factorías portuguesas, el edificio sirvió de almacén y centro de rescates, al que acudían los naturales, aportando el oro que trocaban por cascabeles y chucherías. Es de notar que los aztecas del norte, tenían cascabeles de fabricación propia.
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